Oliver Twist

Esta es la historia de un huérfano, Oliver Twist, y de su azarosa vida. El pobre Oliver pasa los primeros años de su existencia en un sórdido orfanato, donde, como al resto de niños, lo matan de hambre y frío. Hasta que un día Oliver, con más hambre que Carpanta, se levanta de su asiento en el comedor para pedir más comida, lo que le vale para ser considerado por la dirección del centro como una persona revolucionaria y anarcosindicalista de la que hay que deshacerse de inmediato. Y bien que hacían, hombre, que primero quieren repetir un plato de potaje ponzoñoso y luego se te suben a las barbas y te piden mantas para dormir, zapatos para los pies o vete a saber qué otros lujos innecesarios.
La cuestión es que regalan a Oliver —como si fuera una corbata o un perfume, efectivamente— a un enterrador, pero a nuestro pequeño protagonista su nuevo jefe y su nuevo empleo parece que no le entusiasman demasiado y decide largarse. Los niños, que crecen muy tiquismiquis, ya se sabe.
Así pues, Oliver conoce en Londres a un tipo que le ofrece alojamiento y comida, y, claro, era irse con él o fallecer por inanición, por lo que, por supuesto, se va con él, acabando entre un grupo de ladronzuelos y carteristas encabezados por un tal Fagin. Pero se ve que lo de extraer carteras de bolsillos ajenos no era un don con el que Oliver hubiera nacido y, en su primer intento, cae en manos de la persona a la que estaba intentando robar. Muy torpe, sí.
Pero, oh, qué bonito, el hombre resulta ser una bellísima persona que, tras un par o tres de acontecimientos que ahora no me apetece explicar, lo acoge en el seno de su familia como a uno más. Y vivieron felices y comieron perdices y Oliver inventó un baile muy marchoso y tal y cual. Odio los finales felices. Lo de la Cerillera y su muerte por congelación en la calle está mucho mejor, andevaustedaparar. Un blando, Dickens.

LeandroAguirre©2013 (revisión 22/01/2015)

 

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