El retrato de Dorian Gray

Dorian Gray es un apuesto joven al que un pintor llamado Basil Hallward está pintando un retrato, de ahí el nombre del relato. No habría nada de anormal en ello si no fuera porque, en un momento dado, Dorian desea que sea el cuadro el que envejezca en su lugar y su deseo le es concedido. ¿Por quién? Se desconoce, pero de momento yo he deseado que mañana cuando me levante me encuentre un millón de euros a los pies de la cama, por si acaso.
Así pues, con su belleza incorrupta a cuestas, Dorian se va a descubrir la vida. Al principio románticamente, pues conoce a una actriz, Sibyl, se enamoran perdidamente y se prometen en matrimonio. Todo ideal de la muerte. Hasta que un día Dorian lleva a sus amigos al teatro a ver a Sibyl y ésta interpreta a Julieta —la de Romeo, sí— como el culo y nuestro protagonista decide dejarla por ello. Un gilipollas el tal Dorian, efectivamente. ¿Cómo reacciona Sibyl? Pues malamente, para qué os voy a engañar: se suicida.
Y ahí se acaba todo romanticismo en Dorian, que ha descubierto que sus deseos se han convertido en realidad y es el retrato el que envejece por él y se dedica a disfrutar de ello. Es decir, que inicia un desfase de excesos carnales y no carnales que a él no le afectan para nada pero que dejan su imagen en el cuadro hecha unos zorros. De hecho, tal es su ida de cabeza y su fama en la ciudad, que hasta el propio pintor del cuadro, que se había convertido en su amigo, se ve en la obligación de recriminarle su comportamiento.
Pero se ve que Dorian no llevaba nada bien el asunto de las críticas y acaba apuñalando a Basil, que, como es normal, muere. Y así sigue Dorian con sus cosas hasta que decide acabar con la mala vida que ha llevado durante todos esos años. Pero, en fin, todo el esfuerzo que hace por ello es no beneficiarse a una señorita a la que tenía a punto de caramelo, lo que, reconozcámoslo, poco esfuerzo era para purgar todos los pecados que tenía que purgar. Así que, al comprobar en el retrato que continuaba siendo un monstruo decrépito, se cabrea tanto por haber echado a perder sexo seguro que lo apuñala. Al cuadro, sí. Como una chota, efectivamente.
Y entonces viene un final de mucho miedo. Porque, cuando los criados y la policía entran en la habitación donde se hallaba la pintura tras escuchar un grito, descubren a un Dorian de aspecto viejuno muerto de una puñalada, mientras que el retrato del cuadro había vuelto a recuperar su juvenil y lozano aspecto. Qué cosas pasan, ¿verdad?
Pues hala, un clásico más. O un clásico menos, según cómo se mire.

LeandroAguirre©2014 (revisión 18/06/2015)

 

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