Los amantes de Teruel

La leyenda dice que en Teruel habitaban dos jóvenes, Isabel y Juan, que se conocieron y se enamoraron perdidamente el uno de la otra y la otra del uno. Y tan enamorados estaban que decidieron casarse, pero como el padre de ella era un tipo ricachón que nunca hubiera aceptado a un muerto de hambre como Juan de yerno, éste le pidió a Isabel que le esperara cinco añitos de na’ —¡cinco años!— mientras él iba a conseguir algo de dinero luchando contra los moros y esas cosas.
Y eso: que Isabel logra calmar las prisas de su padre por casarla y espera a Juan durante un largo lustro, pasado el cual, sin saber nada de él y sin saber ya qué decirle a su progenitor para retrasar lo inevitable, se acaba casando con un señor que su padre había elegido para ella.
Pero, claro, justo cuando se casa aparece Juan, que había sufrido un retraso por, supongo, fiarse de los horarios de RENFE o algo así. ¿Qué pasa entonces? Pues que Juan se cuela en el dormitorio conyugal y, escondido tras el lecho, le pide a Isabel que le bese, algo que ella rechaza porque, por supuesto, era una decente mujer casada que no iba a engañar a su marido, ese señor al que había conocido cuatro días antes. Él insiste y le advierte de que si no le besa se morirá allí mismo, pero Isabel, que como es normal piensa que Juan es un exagerado, mantiene su negativa y, asombrosamente, Juan se muere efectivamente en aquel mismo lugar.
Quizás os preguntéis angustiados qué hacía el marido de Isabel durante toda esta apasionante charla, y la respuesta es que dormía como un bendito ya que, y esto es una suposición mía, debía estar sordo como una tapia porque de otra forma no se entiende. La cuestión es que, como aquel hombre tenía un sueño profundo a más no poder o era sordo a más no poder también, Isabel tuvo que despertarle para contarle lo ocurrido. Como el marido está complacido de que ella no haya querido besarle y como, sobre todo, teme que le acusen a él de la muerte de Juan, ayuda a su esposa a llevar el cadáver a la casa del padre del difunto, donde lo encuentran y montan el velatorio.
Entonces Isabel, que ya lo podía haber pensado antes, decide darle a Juan el beso que le negó en vida, así que se presenta en el velatorio y, efectivamente, besa a Juan ante el escándalo de todas las viejas que allí se encontraban. Pero lo besa tan fuerte que muere allí mismo, siendo enterrada junto a él. Preciosisímo, ¿a que sí?
En fin... El uno se muere porque no le besan y la otra se muere por besar demasiado fuerte. Que nadie se ofenda, pero yo tenía otra idea sobre la estoica y sufrida gente turolense, con sinceridad. No sé cómo, siendo tan sensibles, ese par aguantaba con vida los inviernos de Teruel, la verdad.

LeandroAguirre©2014 (revisión 25/06/2015)

 

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