AGUSTINA DE ARAGÓN

NOMBRE: Agustina Raimunda Maria Saragossa i Domènech.

ÉPOCA: Una en la que los franceses no eran tan majos como los que quemaban camiones de fresas en La Jonquera.

CURRÍCULUM: Agustina de Aragón fue, resumiendo, la Juana de Arco española. Aunque la diferencia sustancial entre ambas era que, mientras a una le hablaban Dios y los santos y le decían lo que tenía que hacer, lo de Agustina fue más fruto del azar, del destino, de la inspiración o cómo queráis llamarlo.
Resulta que, con Zaragoza sitiada por los franceses, fue un día Agustina a llevarle el almuerzo a su marido, que se encontraba defendiendo una de las puertas importantes de la ciudad, y cuando llegó allí se encontró con las defensas mañas prácticamente vencidas y con los soldados franceses a punto de entrar a la ciudad. ¿Y qué hizo Agustina?; ¿sentarse a comer lo que llevaba para su hombre y disfrutar del espectáculo? Quia… Se fue hacia un cañón que apuntaba hacia la puerta y logró dispararlo contra el enemigo, que, temiendo que aquello fuese una emboscada, optó por retirarse.
Y, claro, Agustina fue considerada una heroína y fue admitida en el ejército, algo a lo que Agustina le fue pillando el gustillo, participando de nuevo en la defensa de Zaragoza —que con Agustina o sin Agustina finalmente acabó cayendo— y posteriormente como animadora en otros frentes de la península. Y ya está: vivió, se volvió a casar y se murió de anciana por una enfermedad. Ya, su muerte no tiene tanto glamur como la de Juana de Arco, pero eso es algo que, seguramente, Agustina agradeció enormemente. Yo lo agradecería, vamos.

MOMENTAZOS:
–'Desperta ferro!'
Paradójicamente, y aunque a los lapaoparlantes les moleste, el símbolo aragonés, y casi español, por excelencia era, como se puede comprobar por sus apellidos, más catalana que el pà amb tomàquet. De Barcelona, más concretamente. Acabó en Zaragoza por avatares de la guerra y de la vida de su padre, aunque no deja de ser también curioso que esa persona catalana que terminaría siendo un símbolo aragonés se apellidara precisamente Zaragoza. El destino es caprichoso, no cabe duda.
–La fiambrera. Lo que la historia no aclara, y ya me molesta, es qué le llevaba de comer Agustina a su marido el día en que descubrió que lo de disparar cañones le gustaba más que lo de manipular fogones. ¿Unas migas?; ¿un bacalao ajoarriero?; ¿un pollo al chilindrón? Aunque, claro, de hecho Agustina era catalana y bien pudiera haber preparado unos cargols a la llauna o un mar i muntanya. Y otra duda: ¿lo llevaba en una fiambrera o lo llevaba envuelto en el Heraldo de Aragón o algo así? Lo más lógico, eso sí, es que le llevara un cacho de pan seco con cualquier cosa directamente en las manos, porque una ciudad sitiada en el siglo XIX no debía ser el mejor lugar para practicar la alta cocina ni para extremar las precauciones sanitarias, está claro.
–Pompones. Como hemos avanzado, y cuando Zaragoza acabó en manos de los malos malísimos franceses, a Agustina se la llevaron de gira por diferentes frentes de batalla para que animara a las tropas, pues todo el mundo conocía de su hazaña en la capital maña. La pregunta es: ¿cómo lo hacía Agustina?; ¿les arengaba con discursos a lo Fidel Castro o iba allí a enseñar pata y pechuga como Marylin en Vietnam? Más importante aún: ¿habían o no habían pompones? Y es que los historiadores, como en el caso de la fiambrera famosa, dejan las preguntas importantes por responder, ¿verdad? Indignado estoy.

EPÍLOGO: Agustina de Aragón fue un ejemplo de, aparte de la defensa de su tierra, que nunca sabes lo que te va a deparar el futuro. Un día vas en el metro con tu bocata de mortadela con aceitunas y, sin saber cómo, al día siguiente eres portada de los periódicos y el ídolo de las masas. Como dirían nuestras abuelas, hay que ir siempre cambiado de muda por lo que pueda pasar.

LeandroAguirre©2013 (revisión 23/07/2014)

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