—Pobre Agustín... ¿De qué murió?
—Se ahogó en un vaso de agua.
—Qué mala suerte... Con lo sana que es el agua...
—Sí. Y lo útiles que son los vasos...
—Sin duda. No somos nadie.
—Cierto.
(...)
—Aunqueee... se ha de ser muy torpe para ahogarse uno en un vaso de agua, ¿verdad?
—Muy torpe.
—Este Agustín, siempre dando la nota.
—Hasta la muerte.
—Nunca mejor dicho.
—Nunca.
—¿Vamos a tomar una copa o algo?
—Me da cierto reparo estando mi marido aquí de cuerpo presente.
—No se va a mover ni nada.
—Es verdad. Pues venga.