Érase una vez que se era un futbolista serbio llamado Uros Vitas que juega en Bélgica y que estaba perdidamente enamorado de su mujer. En esto que un día el bueno de Uros, con el montón de tiempo libre que tienen los futbolistas, se preguntó a sí mismo: ¿cómo podría yo demostrarle a mi pichoncito el tremendo amor que siento por ella? Y, cavilando cavilando, llegó a la conclusión de que lo apropiado era hacerse un tatuaje con su rostro —el de su mujer, claro, no el de él mismo— que ocupara uno de sus costados. Un tatuaje enorme, por concretar. Es este:

Su mujer es esa que veis allá arriba, así que juzgad vosotros mismos si se parece o no. Aunque lo importante no es lo que nos parezca a vosotros y nosotros, sino lo que le pareció a ella. Y, parece ser, la esposa de Uros no encontró parecido entre ella y esa cosa y agarró un cabreo de padre y muy señor mío que casi acaba en divorcio. Afortunadamente, tal cosa no ha sucedido. De momento.
Porque es que, además, a Uros no se le ocurrió otra cosa que, antes de enseñarle el tatuaje a su pareja, colgar en las redes sociales su flamante obra de arte, lo que, aparte de aumentar el cabreo de su esposa hasta límites insospechados, ha dado pie a todo tipo de bromas y memes que se han cebado con el pobre Uros.
En fin, que, niñas y niños, ya sabéis: mucho ojo con los tatuajes y las redes sociales porque a ambos los carga el diablo. Por separado y ya no digamos conjuntamente.
Y colorín colorado, Tonto’lculo pa’l tatuado.