JUAN SINMIEDO
12/2011

Hablemos sin tapujos: Juan Sinmiedo era un gilipollas. Porque, claro, una cosa es no tener miedo, y otra muy diferente es ir repartiendo palos por ahí para demostrarlo. Para el que no lo sepa, Juan era el hijo menor de un leñador que, aburrido de que que en su pueblo nadie le plantara cara, decidió irse por ahí en busca de algo o de alguien que le hiciera sentir miedo.
De camino, Juan se encontró por esos bosques de dios a una bruja y a un ogro que no consiguieron inmutar al joven. Como era costumbre, saldó sendos encuentros pegándole una brutal paliza tanto a la bruja –que, por muy bruja que fuera, no dejaba de ser una anciana– como al ogro, que, aunque nadie lo cuente, sólo había salido a su encuentro para ofrecerle un té con pastitas por charlar con alguien y mitigar su soledad. Un auténtico cabronazo Juan, sí.
Caminando caminando, con la sola interrupción de alguna que otra somanta de palos que infligía a gente con la que se cruzaba por mirarlo mal o cualquier otra cosa, Juan llegó a la capital del reino, donde pensaba que podría encontrar a alguien que estuviera a su altura en valentía. En la plaza mayor, un pregonero leía una misiva del rey según la cual ofrecía la mano de su hija a quien consiguiera pasar tres noches seguidas en un castillo famoso por sus fenómenos paranormales. Cuentan que allí se había visto incluso a Iker Jiménez investigando, así de paranormal era el lugar. Juan no podía pedir más, así que, cómo no, se presentó a la selección de aspirantes.
Cuando le tocó el turno, tras unos días de desidia y de pegar mamporrazos por ahí, Juan se dirigió al castillo y, tras encender una gran chimenea, se dispuso a pasar la primera velada. En medio de la noche, un ruido de cadenas despertó a Juan, que se encontró frente a un fantasma que se movía lentamente de un sitio a otro. Si alguien piensa que un fantasmucho de tres al cuarto iba a alterar el pulso de un tipo que se apellidaba Sinmiedo está muy equivocado. A Juan, del género cafre, no se le ocurrió otra cosa que agarrar un tronco de la chimenea y quemarle la sábana al pobre espíritu, que, llorando como una adolescente en su primera ruptura amorosa, salió de allí como una lagartija asustada.
Durante la segunda noche Juan también fue despertado por un ruido. Cuando abrió los ojos, se encontró a escasos metros con tres tigres –se desconoce si tristes o no– que le enseñaban la dentadura con aspecto poco amistoso. ¿De dónde salieron los tigres? Se desconoce, pero la teoría más aceptada dice que del propio rey, que, se ve, también era un tipo, al igual que Juan, con bastante mala fe. Os imaginaréis que la tunda que le pegó Juan a los tres tigres fue de las que marcan una época. Si en aquella época hubiese existido la televisión, por Navidad aún repondrían en alguna cadena las tres noches de Juan Sinmiedo en el castillo.
Pero en la tercera noche... Ah, en la tercera noche... Cuando Juan despertó en la tercera noche, vio algo para lo que no estaba preparado. Algo que escapaba a toda su comprensión. Algo que le hizo sentir sudores fríos y un escalofrío que le bajó desde la nuca hasta el coxis. Algo que le hizo descubrir el horror en toda su extensión y crudeza. Y es que, enfrente de él, se encontraba un inspector de Hacienda que le reclamaba pagos correspondientes a la última década, concretamente la que llevaba repartiendo hostias sin preocuparse de nada más. Y, entonces sí, Juan supo cómo era el verdadero miedo y, dicen, desde ese día le llamaron Juan Elcagao. Y es que, por muy valiente que sea alguien, el universo siempre encuentra algo pavoroso con lo que hacernos sentir terror.

LeandroAguirre©2011

 

 

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